«Es esta voluntad de sobrepasar al hombre lo que está Maldito»: Leopoldo María Panero traduce y comenta un poema de Lewis Carroll

LOS HORRORES:
ANTITRADUCCIÓN DE HORRORS DE LEWIS CARROLL

Creí, en un momento de sombra
hallarme en el Lugar Abyecto:
el más obscuro Horror me vigilaba:
el aire estaba pleno en los rostros, y el terreno
en que mis pies se hundían era Negro
negro como la más negra noche.
Vi al Deforme correr
veloz hacia mí, su no-rostro
era del verde más torvo, substancia
de la que el hombre se nutre, ese Excremento
cuya vista excedía a mis ojos.
Terriblemente mudo, sin alas, e inundado
el mar de cera derretida:
me postré de rodillas ante lo Horrible
y vi cómo unos ojos muertos me miraban.
como un No-Ojo me observaba
ese vano temblor que era mi única vida:
me miraba por detrás, castrándome
con aquella mirada infinitamente lasciva.
Pero abriéndose paso a través de mi gemir, ahogado, escaso,
por entre mi sollozo profundo
apareció sin embargo, un consuelo estridente:
fuera del miedo, del Horror, la noche,
…………………………………………………..una aparente
realidad chilló: «¡Despiértese!
Señor Jones, grita Ud. mientras duerme.»

APÉNDICE O FINAL:
COMENTARIO A «LOS HORRORES»

Detalle de

Detalle de «De val van Icarus» de Pieter Bruegel de Oude.

La antitraducción «Los horrores» es tanto en el original como en su explicatio castellana, la ilustración de una siniestra reflexión contenida en el poema de Auden «Musée des Beaux Arts», y que es también el tema de dos cuadros, el «Ícaro» de Brueghel (mencionado por Auden en su poema) y la «Crucifixión» de Antonello da Messina: el aniquilamiento del superhombre —Ícaro, Cristo, Reich (quien, como es sabido, se identificaba con Cristo)— se produce siempre en el vacío, de la forma más insignificante, sin ruido: Reich es detenido como estafador, Cristo como un simple loco o impostor, y —en el cuadro de Antonello da Messina, mientras su cuerpo se retuerce en la cruz, el cielo están en calma y los hombres, a lo lejos, trabajan— el campesino sigue con la mecánica de su arado también el cuadro de Brueghel—, mientras Ícaro se hunde en el mar, y cerca pasan, ajenos al naufragio, los barcos de carga («inexorable as the thoughts of a tram conductor» —como dijo otro destruido superhombre, el ya citado y genial orificio en la cultura, Leopold Von Maskee, escritor éste— para decir de él algo a su Desconocimiento que era inglés, pero de ascendencia alemana: fusión de razas que hizo que en su obra se combinaran el Pensamiento, la Razón alemana, junto al Humor inglés, que su sangre alemana volvió trágico: «superhombre» ya que realizó la síntesis en su vida —se alcoholizó despiadadamente, pero, como él dijo, al final de sus días «I was never drunk»— como en su obra, que ha pasado inadvertida hasta ahora por la Cultura, excepto para algunos devotos admiradores; el destino de su obra es parecido al de la del Barón Corvo —de la que citaremos principalmente, The Desire and the Persuit of Whole— la cual, tal vez debido a su franca pederastia —pederasta era también Von Maskee, pero unía a ésas otras múltiples perversiones que la palabra nos impide nombrar—, ha sido objeto hasta ahora, inclusive en Inglaterra, del Mayor Desconocimiento —estos dos, decía, y principalemnte Von Maskee, reunieron vida y obra, y en su vida como en su obra, sentido y significado: es por lo que fueron superhombres, y también la razón por la que fueron —ayer— aniquilados y —hoy— desconocidos; excúseme el lector por tan larga digresión a propósito de mi autor favorito, cuyas obras leo —y tal vez sea hoy el único en hacerlo— y releo continuamente, y prosigamos con lo que él dijo: «Inexorable as the thoughts of a tram conductor») pasaron, junto a Ícaro, ahogado, los barcos de carga, ciegos, rumbo a su ciego destino, sujetos a una ley que es el vacío de sentido. Y a nadie extrañe la ausencia de eco en el decidio, ya que esa ley, el aniquilamiento del superhombre, es expresión de otra: la prohibición de la divinización del hombre (lograda al alcanzar éste su totalidad), primero por la Iglesia Católica, que suprimió a los Herejes del Espíritu Libre cuando proclamaban «ser Cristo, e incluso más que Cristo», luego por otra institución mitológica, la psiquiatría, —cuando penaliza a su «loco» por declararse Dios—, y antes de todo ello por la sinagoga mezquina —esto es, compuesta de hombres medianos, partidos por la mitad— que hizo a alguien «reo de muerte por haberse parecido al hijo de Dios». Es esta voluntad de sobrepasar al hombre lo que está Maldito: sobre el que lo intente —ya sea por la locura, por el alcohol, por la droga, ya sea por la mera palabra, o más bien por la extrapalabra— caerá, pesada como una cruz la moral del hombre y de su «realidad» (que, como vimos, es la reunión de tres fantasmas), y esa única realidad, el Hombre que quería la alquimia, que era el «oro» por ella buscado, en el que se han fundido el «alma» (significado) y «cuerpo» (sentido), esa única realidad, el Superhombre, será muerto en algún lugar oscuro, sin demasiado estrépito, sin que nadie lo oiga: para que quede así a salvo de Él —de dios, de lo extrahumano— la moral del hombre, enteramente, la norma de la normalidad, «los diez mandamientos» de la conciencia.
La caída de Ícaro es siempre silenciosa, por razones implícitas en la misma prohibición del vuelo.

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